Nuestro querido Largui


Me pregunté si extrayéndolo de la inimputabilidad de su existencia bidimensional cambiaría a mis ojos como lo hicieran aquellos simpáticos personajes de barrio a los que me evocaba. Si estuviera su recurrente tambor embriagado como tantos en frenesí totalitario, o su trabada verborrea compartiendo con quiosqueros y taxistas discursos lavados de perversidad por el intenso uso. Si no lo hallaría en los Jack pero sí siguiendo al hijo del chocolatero en los chismogramas que engalanan nuestra cultura televisiva. En fin, si fuese, como siempre pero más definitivamente claro, que no sabremos si estará con los buenos o con los malos cuando le sea inevitable dejar de tomar partido.

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Spawn


Al Simmons era negro, malo y estaba muerto, fórmula que no hería la suceptibilidad del lector de comics hasta ese momento. Pero resultó que todo eso era sólo el comienzo y que, regresado del infierno en un cuerpo monstruoso lleno de remaches, andrajos y cadenas, se convertía en una especie de héroe metafísico en guerra constante con el horror del que era fruto, con un cielo burocrático lleno de ángeles despiadados y sensuales que acudían a la batalla en armadura y colaless, y con la propia perversidad interior que había destruído su vida, y amenazaba convertirlo definitivamente en instrumento de un oscuro titiritero infernal.